Hasta hace diez años Santiago Calatrava era una de las estrellas más brillantes en el firmamento de la arquitectura contemporánea, con obras impactantes emplazadas en algunas de las ciudades más importantes del mundo, un artista que rozaba el genio y quería ser equiparado a Gaudí o Le Corbusier. Pero en los últimos tiempos una serie interminable de percances pusieron en duda tanto su idoneidad como el rol de los funcionarios que en los años de derroche europeo pagaron exorbitantes cifras por sus proyectos: puentes que provocan decenas de fracturados en Bilbao y Venecia, derrumbes en Oviedo, juicios en varias ciudades españolas, obras que se atrasan por años y presupuestos millonarios que se multiplicaron por dos o por tres en Malmö o en la Zona Cero de Nueva York, el derrumbe de 120 toneladas de revestimiento de su edificio insignia en la Ciudad de las Artes y las Ciencias en Valencia, su ciudad natal. Con un ego que no soporta críticas y lo lleva a equiparar sus obras con la Alhambra de Granada, cuestionado por críticos que, aun reconociendo su enorme talento, tildan su obra como símbolo de la arquitectura en la era del espectáculo, su figura empieza a simbolizar el auge y la decadencia de todo un sistema que en Occidente entró en profunda crisis…. [Página/12]