Buenos Aires / Argentina |
El cabaret de los hipócritas / Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste [10/09/12] |
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El problema no es que la Bienal de Arquitectura de Venecia no sea más una mera feria de vanidades. Una cita ineludible para todo arquitecto que se precie de tener y querer exhibir sus ambiciones intelectuales envuelto en un aura de sofisticado esnobismo. Podría ser un evento que, una vez concluido, cayera en un total olvido por su intrascendencia. Se la criticase o se la exaltase, la absurdidad de la Bienal sería entonces algo absolutamente inofensivo. Pero que el presidente de la Bienal de Venecia presente el cambalache de vacuidad, imposturas y banalidad que es esta edición afirmando que su motivación es ‘ayudar a los arquitectos a emerger de la crisis de identidad que están atravesando’, y lo haga dando a entender que esa desastrosa imagen de ‘dueños de la fiesta, pasteleros – celebridad a los que se les ha solicitado crear deslumbrantes pasteles de boda’ que ahora se tiene de ellos es consecuencia de haberse doblegado sacrificadamente a los irreflexivos caprichos de una sociedad que les ha exigido crear objetos ‘sorprendentes, que destacasen en medio de la mediocridad’ constituye la evidencia cómo el problema fundamental es que la absurdidad se convierta en una infame hipocresía manipuladora. David Chipperfield titula pretenciosamente ‘Common Ground’ a un batiburrillo del ‘cualquier cosa vale’ que insiste en reivindicar una reacción ‘contra las tendencias profesionales y culturales en vigor, que enfatizan en acciones individuales y aisladas’. Una declaración que resulta hilarante, no sólo por pretender que se crea esa inocencia del arquitecto, sino por afirmar que es momento de dejar atrás el star-system seleccionando como participantes a arquitectos como Norman Foster, Zaha Hadid, Rem Koolhaas, Jean Nouvel, Herzog & de Meuron… El problema de la paradójica selección de esta exposición que dirige no radica sólo en dar lugar, en lugar de silenciar, a esos nombres que ya poco o nada tienen que decir y cuya presencia hace que otras propuestas de mayor calado – de entre las 69 participantes (que, en algunos casos, actúan como curadores de sub-exposiciones)- queden eclipsadas. En positivo destacan, por ejemplo, las reflexiones sobre la dimensión cotidiana de la arquitectura presentadas por Sergison Bates y por Caruso St.John. Lamentablemente, su presencia y capacidad propostiva quedan (como seguramente sucede a otros montajes) perdidos a causa de la incontinencia selectiva de Chipperfield. La impresión es que la posición cínica de Chipperfield se debe a la necesidad de complacer a demasiados intereses justo en un momento en que hubiera sido necesario arriesgarse con una apuesta potente, de ruptura, de clara diferencia, que rompiese con la ambigua frivolidad imperante, de la que su propia exposición es reflejo. Sin duda es de ilusos pensar que esto es posible desde una plataforma como ésta; pero lo imperdonable de esta edición es que se traspasen los límites de lo éticamente aceptable, utilizando temas como la pobreza, las problemáticas sociales que está generando la recesión…para fingir una impostura de honradez. Ni siquiera la iracunda declaración que Wolf Prix difundió contra la banalidad de esta bienal el pasado 28 de agosto resulta, aunque certera, enteramente creíble. No obstante, seguramente la lección más interesante dentro del ámbito de ‘Common Ground’ la brinda Luís Fernández-Galiano con ‘Spain mon Amour’, donde exhibe la obra de Mangado, Mansilla + Tunon, Nieto Sobejano, Paredes Pedrosa, RCR Arquitectes en un desvergonzado montaje que, fingiendo concienciación sobre las dificultades que los jóvenes arquitectos enfrentan en este momento para realizarse profesionalmente, no hace sino visibilizar el desprecio que esta generación de arquitectos que ya ha superado los cincuenta siente hacia las siguientes. Estudiantes y jóvenes arquitectos, vestidos de blanco y ocultos tras una máscara veneciana, actúan como peana humana sosteniendo maquetas de edificios construidos por esa generación que hace poco les buscaba como mano de obra explotable y ahora, que el pastel a repartir es mucho más pequeño que en esta concluida época dorada, quiere expulsarles, (asegurándoles paternalistamente que les compadecen). Más lamentable y elocuente aún es que las pequeñas maquetas que sostienen pertenezcan a quince edificios que recuerdan ‘aquel tiempo mejor’ que ya se ha ido pero cuyos privilegios y supuesta gloria a tantos cuesta soltar. Cincuenta y cinco pabellones nacionales completan la Bienal, con exhibiciones dispares que van desde la opulencia y el nuevo-riquismo a la supuesta conciencia social. Seguramente por más innovadores y tecnológicos que quieran ser y por más códigos QR que empleen, todos se conciben en base a un modelo expositivo caducado, que obliga al visitante a plantearse cuál es la necesidad de concurrir físicamente a un evento que bien podría gestionarse a través de la red. Pero, sin duda, uno de los que logran estar en más consonancia con el cabaret chipperfieldeano es la propuesta del Pabellón Español: una perfecta síntesis del desconcierto reinante entre los poderes que manejan la arquitectura en este país. Sus comisarios, Antón García Abril y Débora Mesa, nos dejan dudando de si su con propuesta (de la que forma parte la reproducción, como hilo musical, de ‘Cada loco con su tema’ de Serrat, como si fuera necesario subrayar que no existe la menor coherencia entre lo expuesto) nos están gastando una broma pesada o haciendo crítica contundente con una ironía tan sutil que se nos escapa a mentes sin un fino sentido de ésta. ‘SPAINLab’ induce engañosamente a asumir que lo presentado guardará relación con temas relativos a la investigación cuando en realidad el montaje es una especie de museo de los horrores. La idea supone recuperar la ligereza con que, a mediados de los 90, el término ‘laboratorio’ era aplicado para designar la especie de pseudo-investigación científica en la que quiso convertirse la arquitectura. La recuperación de ese concepto con connotaciones de cuestión vanguardista, ya totalmente obsoleto, se delata inmediatamente como un pretexto para encubrir el extravío actual de la arquitectura española. Protagonista es el proyecto para la Fundación ElBulli de Cloud9, corroborando que la apuesta por el feísmo y un torticero discurso sobre la innovación son la piedra filosofal de un arquitecto más obsesionado por lo mediático que por la coherencia real de sus supuestas visiones avanzadas. No queda claro si Vicente Guallart acude a título particular o como arquitecto jefe del Ayuntamiento de Barcelona, si está confundiendo lo público con lo privado. Completan la selección trabajos diversos, a los cuales es difícil encontrar relación directa con la idea de ‘laboratorio’, de Menis, selgascano, Ecosistema Urbano, RCR Arquitectes y Sancho-Madridejos pero que aparecen como propuestas más cercanas a divertimentos estériles o pretendida pseudo-ciencia que a un análisis serio y propositivo de las circunstancias actuales de la arquitectura en España. En el momento actual era obligatorio generar una propuesta autocrítica, catártica y no un vodevil como el que García Abril y Mesa proponen. Termina de demostrar la ideología del oportunismo y el cinismo con que se gestó la bienal de Chipperfield (espejo del estado mental de los que han estado comandando la arquitectura demasiado tiempo) la concesión del León de Oro al mejor proyecto presentado en la exposición Common Ground a la Torre Horizonte- rebautizada Torre David por el jurado compuesto por Wiel Arets, Kristin Feireiss, Robert A.M.Stern, Benedetta Tagliabue y Alan Yentob. El galardón otorgado a la sacralización obscena de esta favela vertical no ha hecho sino verificar el peligroso en la ignorante obsesión con que el primer mundo ha idealizado y sigue idealizando otras realidades. Si ya el proyecto que firman Urban Think-Tank (Alfredo Brillembourg y Hubert Klumpner) y Justin McGuirk rebosa hipócrita frivolidad, su reconocimiento con el galardón ahonda en la celebración de un modelo falsamente ético y responsable, que en realidad no es más que llevar a cabo una explotación intelectual, económica y propagandista de la miseria más dura y que ya era el fundamento del trabajo de Alejandro Aravena y ELEMENTAL Chile. Sólo basta una consulta en google para ver cómo se coincide, desde diferentes perspectivas de opinión, respecto al malestar por el uso y la interpretación malintencionadamente esnob que hacen Brillembourg, Klumpner y McGuirk de una situación de ocupación de un inmueble urbano que habla de graves y complejas problemáticas sociales. Si es infame la actitud de UrbanThink-Tank con respecto a la Torre aún peor es el montaje con el que lo presentan en Common Ground: una arepería de lujo para curiosos y turistas, adornada con fotografías y videos de la Torre y en donde los visitantes “se divierten, pueden comer y, en general, saborear Sudámerica”. Confirmando que Urban Think Tank es un gran engaño urdido para el regodeo del estúpido buenismo primermundista, ahora asfixiado en las consecuencias de su propia basura neoliberal. Queriendo enmascararse como redención, la Bienal ha delatado aún más en qué estado se encuentra un sistema de poderes, castas y amiguismos que ha provocado el hundimiento de la arquitectura actual. Basado en las imposturas, en afirmaciones mentirosas como las de Chipperfield, lanzadas sin el menor pudor. Negar el vacío llenándolo con más vacío
Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste Versión ampliada del texto publicado originalmente en el suplemento cultural de ABC, Madrid - 8 de Agosto de 2012
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