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Estado de pánico / Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste [05/07/12]

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Imagen: Estado actual del Centro de Relajación en Torrevieja de Toyo Ito. Fotografía de Rubén Bodewig, Barbarella Estudio.

Es indispensable dejar atrás el enroscamiento en ese discurso sobre ese venenoso auge de un modelo arquitectónico, secundando por un modelo político, ha dejado una impronta crucial en España puesto que son estériles: son evidencias de un estado de desgracia, desvío de acusaciones y lamentaciones sin autocrítica por lo perdido–patente en el documental de TVE ‘Se acabó la fiesta’ (donde arquitectos, críticos y editores, habían reciclado su discurso para acomodarse a las circunstancias de la nueva realidad, dando la impresión de que se mantuvieron ajenos a esa ‘fiesta’). No son propuestas. Ni siquiera una confesión clara de que la auténtica emboscada de ese modelo fue una crisis interna de ideas y objetivos. Ni tampoco un reconocimiento de cuáles están siendo las reacciones de ese monstruo caído panza arriba al que puede compararse esa derrumbada estructura en la que tantos se sintieron todopoderosos y a la que otros tantos (alentados muchas veces por un concepto inculcado en las propias escuelas de arquitectura) aspiraban incorporarse. Monstruo asustado y que, en su actual imposibilidad de alzarse, se obstina en contagiar universalmente su propio miedo.

Ese monstruo son esos arquitectos que disfrutaron de la orgía mientras, adquiriendo fama, transformándose en envenenados referentes también fagocitando el esfuerzo y capacidad de otros profesionales sobre los que impusieron el peso de una jerarquía piramidal, haciéndoles saber que su sacrificio era su única posibilidad para realizarse en su trabajo (y vocación). No se ha tratado solamente de egos desaforados sino también una actitud antropófaga: sueldos miserables, cuando no exigiendo trabajar sin remuneración o contratos basura rozando lo legalmente cuestionable y un irrespetuoso trato profesional los pilares sobre los que se ha cimentado el triunfo de la arquitectura del espectáculo. Por ello, culpabilizar hoy a todo un colectivo de esta caída en picado es absolutamente injusto porque el grado de responsabilidad no es compartido y, depurarlo, es completamente necesario. No sólo por equidad sino porque también de ello depende la posibilidad de reivindicar la posición y acción del arquitecto frente a la sociedad a la que pertenece y sirve; así como, y quizá más crucialmente, lograr que los propios arquitectos recuperen y reconstruyan un sentido de dirección y dignidad que en este momento parece perdido no sólo por el estado de crisis económica sino también como consecuencia de los estragos del monstruo, que trata de seguir imponiendo las leyes de su sistema.

El escenario de la arquitectura zozobra hoy en ese estado general de miedo frente a una incertidumbre completa. Ese panorama de pavor y confusión está abocando a situaciones que insisten en la impostura de la arquitectura y van así en contra de la posibilidad de usar la crisis como un revulsivo positivo.

Los más poderosos están aprovechando para proteger sus privilegios adoptando una política gatopardista. Trocando los discursos de poder y alarde en exhibicionistas discursos de concienciación y responsabilidad (en los que, evidentemente, no creen y nunca creyeron), mientras aprovechan el desconcierto y el miedo para recuperar las raíces más conservadoras y clasistas de la arquitectura.

Un pataleo de autoconservación y supervivencia del que forma parte expulsar de la profesión a ese excedente de arquitectos que antes servían como mano de obra barata o el bendecir y premiar la ideología de arquitectura de pancarta que se propone desde algunas iniciativas colectivas. Respecto a estas últimas, vaya absolutamente por delante que doy por sentada la honestidad de una gran parte de los emprendimientos que se plantean desde la idea de lo grupal, pero considero que existe el riesgo de que eso que hoy se plantea como ‘colectivo’ esté o acabe siendo usando usado como una transliteración de aquello que, recientemente, era etiquetado como ‘emergente’, ‘laboratorio’ o ‘fresco’ y, bajo su forma de denuncia o subversión respecto a lo establecido y reivindicación de políticas alternativas, por su endeble consistencia conceptual, superficializaban las cuestiones de las que éstas derivaban o provocaban. La entronización de este tipo de posturas se arriesga a ser usada para difundir un populismo, aparentemente subversivo pero en realidad dócil, sumiso y en total connivencia con los poderes facticos a los que su supuesto perfil anti-sistema no hace sino apuntalar, puesto que se inocula de consignas light que de facto no ponen en duda ni se enfrentan abiertamente al poder y que tiene como peligro dejar escapar la posibilidad de un verdadero cambio de las reglas de juego.

Quienes sostenemos que nos encontramos ante el fin de un modelo agotado que no ha servido a la arquitectura sino al beneficio de unos pocos, vamos gradualmente corroborando que, para un verdadero cambio, no es suficiente enarbolar una actitud o proclamar una intención sino contar con un proyecto que subvierta o subleve el escenario y abra verdaderamente el terreno para afirmar modelos de arquitectura para otro modelo de sociedad. No sirven los placebos.

Muchos arquitectos, muy jóvenes, están pagando directamente las consecuencias de la degradación a la que esos grandes han sometido a la arquitectura y que –por otra parte- sería totalmente ingenuo considerar expiada en la controversia-espectáculo que envuelve actualmente a Santiago Calatrava, al que convertir en cabeza de turco (como juiciosamente señala un reciente artículo de José María Echarte) supondría olvidar a otros grandes nombres y proyectos faraónicos que han sido tan tóxicos como él. Esa degradación ha hecho que el ser arquitecto se haya asociado a un estatus y un prestigio que hace creer a numerosos jóvenes que se encuentran desvalidos, sin herramientas para trabajar en este presente complicado, y se genere una sensación de amargura y victimismo (que en muchos medios de información se está escenificando como relatos de un fracaso personal, una mirada que no está exenta quizás de un cierto sentido de venganza de la sociedad hacia una profesión que, para dicha sociedad, estaba personificada en figuras de jactancia y excesos) que les priva de la determinación a asumir que la adversidad puede ayudarles a “aggiornar” su profesión despojándose de lo superficial, otorgando valor a conceptos de hacer liberados del personalismo, recuperar un nuevo sentido de pragmatismo y responsabilidad y abolir para sí y para la sociedad el sometimiento al arquitecto genio preso en las redes de otros poderes.

Es preciso tomar conciencia frente a las manipulaciones del miedo conscientes, como señala el economista Joaquín Estefanía, de que “El miedo que anida en el cerebro quebranta la resistencia, genera pánico y paraliza la disidencia”.

 

Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste

Versión ampliada del texto publicado originalmente en el suplemento cultural de ABC, Madrid - 30 de Junio de 2012 - Número 1051

 

 

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