Buenos Aires / Argentina |
Arquitectos de familia / Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste [07/03/11] |
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El desalentador momento profesional al que se enfrentan los arquitectos locales (España) y las nuevas generaciones ha puesto de manifiesto la necesidad de reflexiones de cambio y la articulación de nuevas estructuras para el actual escenario de acción y para que el que vendrá, post-crisis. Una necesidad que no debe entenderse como una forzosa consecuencia de la explosión de la burbuja inmobiliaria y la actual crisis económica, sino también como la búsqueda de una posición distinta –más cercana y sostenible- de la arquitectura y del significado de ser arquitecto. Ejemplo de esta posibilidad es el trabajo que la organización ‘Arquitectos de la Comunidad’ viene desarrollando en Uruguay desde hace ya diez años, basándose en el planteamiento que apelaba a un reconocimiento realista del estado de la profesión de arquitecto y de las demandas de la sociedad en relación a la vivienda para diseñar un modelo de acción consecuente, propuesto por el arquitecto argentino Rodolfo Livingston. Sostiene este arquitecto: “La gente responde a sus necesidades cambiantes por su cuenta porque los arquitectos están para hacer torres de vidrio. Y en las facultades también se preparan arquitectos para hacer obras grandes, pero el grueso de la energía constructiva y económica no está en la construcción de viviendas nuevas, sino en la infinidad de pequeñas reformas que hace la gente por su cuenta”. Así, convencido de la necesidad de despojar al arquitecto de su aura de inaccesibilidad y elitismo Livingston ha reivindicado la reformulación del arquitecto, creando la figura del ‘arquitecto de familia’ como un especialista al alcance de la población - de la misma manera que un médico o un abogado- valorizando esas acciones de lo que él define como ‘microarquitectura’ (Cirugía de Casas, Kliczkowski, 1990), relacionadas con intervenciones arquitectónicas supuestamente menores pero cuya finalidad es contribuir a hacer del hogar un espacio de bienestar, adaptado a las necesidades de sus usuarios. Para subsanar esa brecha entre usuario y profesional y capacitar al arquitecto para saber decodificar la demanda del cliente y responder a sus necesidades reales, Livingston desarrolló en Cuba durante los años 60 un protocolo que ayudase a establecer los canales adecuados de comunicación entre ambos. Éste se concretaría posteriormente en lo que Livingston denominaría el ‘Método’ (Arquitectos de Familia. El Método, Kliczkowski, 2002) y que, además de en Cuba (donde cuenta con 140 consultorios actualmente), definió diferentes formas de aplicación y arraigo en otros puntos de Latinoamérica. Aún en los puntos fuertes y puntos débiles que puede poseer, el ‘método’ –que posiblemente conviene entender fruto de una época tendiente a la creencia en la estructuración ideológica-, mantiene intacto su potencial como estructura capaz de ramificarse en diversidad de variables capaces de adaptarse a condiciones específicas. ‘Arquitectos de la Comunidad’ en Uruguay , que cuenta hoy con más de un centenar de profesionales asociados en activo, es uno de ellos y evidencia de la factibilidad de aplicación y flexibilidad de este modelo a las situaciones concretas de cada lugar. Su actividad tiene como objetivo constituir un marco protector que resulte beneficioso ecuánimemente tanto para el arquitecto como para el cliente: asegurando para el primero las condiciones para un desarrollo profesional digno y de plenas garantías para el segundo. La organización permite al ciudadano ponerse en contacto con un través de atención telefónica y de establecimientos barriales distribuidos por la periferia de Montevideo y el interior del país, que actúan como consultorios-centros de asistencia y que se encuentran ubicados a pie de calle. Son locales de pequeña superficie, austeros, que tratan de comunicar la sensación de proximidad y disponibilidad, adonde cualquier persona puede acceder a solicitar asesoramiento en relación a cualquier necesidad de servicios de arquitectura que requiera. Los arquitectos trabajan en pareja, también con el objetivo de generar una red de experiencias que permitan definir un panorama de discusión y crítica acerca de condiciones reales y plantear cómo aproximar la profesión a ámbitos y situaciones de los que –por un concepto posiblemente equivocado del sentido de su profesión y servicio- ha tendido a mantenerse al margen, y contribuyendo también a difundir un mejor conocimiento del patrimonio arquitectónico local a través de actividades culturales. Estas experiencias demuestran que no hacen falta grandes gestos ni discursos pomposos (tramposos) para abordar la dimensión social de la arquitectura. Surge totalmente desligada de nociones de lo social relacionados con la pauperización o la limosna, sino que define la implicación y responsabilidad del arquitecto dentro de la realidad social. La razón esencial que subyace en el compromiso de Arquitectos de la Comunidad es la de democratizar y humanizar la arquitectura , enfatizando la valiosa importancia de esa dimensión del conocimiento y el servicio del arquitecto que se ha considerado vulgar, acatada meramente por necesidades pecuniarias y considerada degradadora de aquella supuesta otra alta tarea para la que el arquitecto supuestamente se educa. No excluyente, sino asumible y compatible con la práctica de otras aproximaciones profesionales y conceptuales de la arquitectura, la reivindicación de la importancia del arquitecto de proximidad, cuya concepción de su labor no es exclusiva y necesariamente la de producir nueva construcción sino definir cómo recuperar y reciclar y actuar en servicio de las demandas específicas de la población, propone una idea de sostenibilidad, no meramente en términos de equilibrio ecológico, sino también de una economía sostenible y que conduce hacia un consistente cambio de paradigma.
Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste Publicado en el suplemento cultural de ABC, Madrid - Número 987
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