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Una revolución pacífica / Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste [03/08/08]

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El Estado Libre Asociado de Puerto Rico se fundaba en 1952 concibiendo con determinación ese hecho como la posibilidad de apertura de una vía que trascendía lo político. Se asumía que con ella se daría cuerpo a una visión de futuro fundada en unos ideales que se sintetizaron bajo el lema ‘Pan, Tierra y Libertad’ y que sustentaron lo que se llamó una ‘revolución pacífica’. Su objetivo era instaurar las bases para el establecimiento de un sistema democrático que permitiera superar una crítica situación de desigualdad económica y social, producto de siglos de colonialismo.

El efecto de este anhelo de transformación y ansias de progreso se concretó en el campo de la arquitectura en una reacción contra la tradición historicista, importadora de modelos europeos que legaron al país un patrimonio que Henry Klumb, alemán exiliado y uno de los artífices ideológicos de la renovación arquitectónica que atravesó Puerto Rico durante la década de los 50, definió como la ‘fusión de un estilo español bastardo con tradiciones anglosajonas’ y que valoró como ‘la más miserable arquitectura imaginable’.

A la Junta de Planificación designada por el arquitecto Santiago Iglesias para concretar ese proyecto se le adjudicó ‘la responsabilidad de planear esa nueva visión de futuro en cuando a lo económico, social, poblacional, obras públicas, embellecimiento, desarrollo urbano y rural y además todo lo que proteja la salud bienestar y el disfrute de una vida más humana por el pueblo”. La adopción del lenguaje moderno como paradigma a través del que construir esa visión de progreso transformaría a partir de ese momento toda la producción arquitectónica pública e influyó decisivamente sobre la privada.

Los responsables del nuevo Puerto Rico fueron arquitectos impulsados por un fuerte empuje ético y poético, que interpretaron ese lenguaje desde una energía creativa que concebía que la razón de ser estética de dicho lenguaje más allá del mero hecho de constituir una expresión formal vanguardista para comprenderla como el modo de articular el nuevo espíritu e identidad de la cultura del lugar. Toda una serie de nuevos edificios diseñados por arquitectos como Osvaldo Toro y Miguel Ferrer, Jesús Amaral, Santiago Iglesias, Richard Neutra o Henry Klumb planteaban exponencialmente esa nueva filosofía arquitectónica desde su consustanciación con esa concepción política y humanista de una sociedad estructurada igualitariamente, apoyada en dinámicas activas de modernización económica y cultural a través de las que se construyó consistentemente para Puerto Rico no sólo una imagen con proyección internacional sino sobretodo una conciencia de contemporaneidad.

Una de las virtudes esenciales del Movimiento Moderno fue sostener la fuerte estructura de su ideología, ligada a la rigurosa funcionalidad y austeridad, y simultáneamente poder interpretar el lugar no a través de una mimesis de lo vernáculo ni tomando rasgos superficiales de lo existente, sino yendo a lo profundo de los fundamentos locales y sus necesidades sociales. En el caso de Puerto Rico, la modernidad arquitectónica inspiró la sensación de haber alcanzado una identidad propia, logrado mediante una arquitectura en la que se reorientaba lo abstracto de la funcionalidad hacia la posibilidad de convertirse en un paradigma cultural específico: la cultura del trópico, formulando una arquitectura que se distinguía por surgir de una sensibilidad hacia la calidez del clima, la búsqueda de una integración con la naturaleza y la luz y un uso expresivo de los materiales.

En obras como el Hotel de La Concha, de hedonista exuberancia, y la racional sensibilidad que distingue el Edificio de Oficinas para los Legisladores de Toro y Ferrer y el complejo de la Universidad de Puerto Rico de Klumb se descubre la valiosa fuerza de aquella radical y tranquila revolución.

 

Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste

Publicado en 'Cultura/s', La Vanguardia, Barcelona - Número 319

 

 

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