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La inspiración del motor / Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste  [26/10/07]

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La poética exacerbada de los futuristas reconoció en la velocidad el signo de su tiempo. El automóvil, el artefacto cuya belleza concibieron superior a la de la Victoria de Samotracia, fue uno de los transformadores cruciales del paisaje del mundo en la era industrial. La revolución provocada por su invención modificó completamente la vida del individuo del siglo XX, obligando a arquitectos y urbanistas a repensar y reacondicionar edificios y ciudades. Su popularización durante el siglo XX supuso no sólo la creación de redes de tránsito, urbanas e interurbanas, sino también el desarrollo del aparcamiento como una tipología arquitectónica de complejidad específica que no radica sólo en su naturaleza estructural y material, sino también en la proyección psíquica de su entidad sobre la imaginación contemporánea.

Posiblemente sea esta segunda premisa la que más enfáticamente sostiene el análisis que el arquitecto Simon Henley realiza a lo largo de The Architecture of Parking (Thames &; Hudson, 2007), un ensayo en el que se traza una síntesis de la evolución de las estructuras y zonas de estacionamiento de vehículos utilitarios desde la década de los veinte del pasado siglo hasta la actualidad. Con su análisis, Henley desvela la trascendencia e influencia sobre la arquitectura contemporánea de esta tipología nacida como consecuencia de la conversión del automóvil en una herramienta indispensable.

El coche es el amo. La necesidad de producir edificios estrictamente concebidos para la circulación de vehículos enfrentó a los arquitectos al desafío de investigar la creación de estructuras cuya característica esencial es la de constituir un sistema de movimiento para un artefacto mecánico, en la que la presencia del factor humano puede ser considerada absolutamente inexistente. Es el vehículo el que dicta todas las condiciones estructurales y funcionales del edificio o ámbito destinado al aparcamiento.

Es remarcable el hecho de que sean los proyectos visionarios para dos edificios destinados a alojar un millar de vehículos desarrollados por Konstantin Melnikov en 1925 los que anticiparon las bases de las formas construidas a partir de la década de los años cuarenta en Estados Unidos: sección comprimida, planos inclinados y estructura esquelética, como el incipientemente desarrollado por Richard Neutra y concretado radicalmente por Robert Law Weed en 1948, en Miami, que exponía literal y brutalmente la estructura de cemento del parking, despojado de fachada. Ese período, entre los años 50 y el final de los 60, en el que el coche constituye el icono de la modernidad, se realizan los exponentes más complejos en Europa y, particularmente, en Estados Unidos.

Elevaciones expresivas. En este contexto, Louis Kahn desarrolla entre 1947 y 1962 diversos estudios para la proyección de una ciudad cuyo centro urbano peatonal estuviese protegido por un collar de parques de aparcamiento cilíndricos, evidencia del reconocimiento del automóvil como eje de una transformación profunda en los paradigmas con que conceptualizar el entorno. Durante este período de euforia automovilística, los arquitectos se esmeraron en la experimentación con la materia (fundamentalmente, hormigón), los aspectos formales (rampas inclinadas y helicoidales) y la creación de elevaciones expresivas, así como un cuidado tratamiento estético de la fachada que marcaban -a veces con la magnificencia colosal de torres como Marina City en Chicago- exultantemente la presencia de estas estructuras sobre el tejido urbano.

Henley indica que los cambios culturales en relación al vehículo surgidos a partir de los años 80 han abocado hacia una preferencia por tratamientos más discretos, reduciendo la contundencia física prototípica y fascinante de las estructuras realizadas en el anterior período. Actualmente continúan emergiendo remarcables ejemplos, pero, fundamentalmente, es el interés por los factores conceptuales esenciales planteados en el diseño de estas estructuras transplantado a otro tipo de tipologías lo que pone de manifiesto la intensidad de su influencia a comienzos del siglo XXI.

Resurge así otro punto del Manifiesto Futurista cuando se traza la definición de la arquitectura del parking: la idea de que la belleza de estos edificios radica en su agresividad, en su presencia contundente, producto -como señala el autor- del hecho de que constituyen la antítesis visceral del mundo natural, del específico modo en que se expresa su materialidad entre las otras piezas del paisaje urbano y de las cualidades de sus espacios interiores. «Medio finalizado, medio en deterioro. Exteriormente, sus formas y elevaciones pueden sorprender. Interiormente, el paisaje, material y luz en la que uno se adentra puede ser desconcertante, a veces terrorífica, y, en ocasiones, bella».

Niveles de abstracción. Henley subraya el hecho de que es difícil encontrar en otras obras creadas por el hombre el nivel de abstracción que alcanzan este tipo de estructuras, una cuestión que enlaza con su indagación sin respuesta acerca de nuestra reacción psicológica a ella. No concebidos como un espacio efectista, sino adaptados a los requerimientos pragmáticos de su función, por qué los estacionamientos generan ese tipo de sensaciones que entrarían en la categoría freudiana de lo siniestro. Terror fascinado ante la infinitud del espacio, la desorientación del laberinto, que se encarna sobre todo en esos proyectos casi monumentales de mediados del pasado siglo, «edificios que pertenecen a una era pasada cuando la ciudad y sus lugares podían permitirse ser fantásticos e impresionantes».

La reflexión sobre estacionamientos que constituyen piezas cruciales de la historia de la arquitectura reciente dirige la atención hacia el redescubrimiento de los valores y la belleza arquitectónica de los parkings anónimos para reconocerlos como variaciones de esta compleja tipología que constituye un paradigma arquitectónico del espíritu de la era industrial.

 

Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste

Publicado en el suplemento cultural de ABC.es

 

 

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