Buenos Aires / Argentina |
'Eres un genio' o el Efecto Gehry / Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste |
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¡Frank Gehry, eres un genio!, exclamaba Frank Gehry, ante el volumen formado por una hoja de papel arrugado que, en un arrebato de mal genio provocado por la solicitud de Marge Simpson para que acudiera a Springfield a construir un edificio, había arrugado y arrojado airadamente al suelo. Gehry presentaba orgullosamente ese volumen como su nuevo gran proyecto arquitectónico, el cual, una vez construido, sobrevivía brevemente como gran auditorio enaltecedor de la vida cultural springfieldiana, periclitando para acabar acogiendo espectáculos baratos de variedades y logrando finalmente sobrevivir al derribo transformándose en cárcel. Frank Gehry es seguramente la única celebridad arquitectónica capaz de dar el paso irónico de parodiarse como ‘el arquitecto más importante del mundo’ -como se le califica en ese episodio- para servir a un argumento que, satirizándola, confirma la situación de la arquitectura como actor de la sociedad del espectáculo. Años atrás, Gehry posaba orgulloso entre diferentes celebridades hollywoodenses, como uno más entre ellos, en la inauguración de una exposición en el Guggenheim Bilbao y recientemente podía leerse que apadrinaba las diletantes prácticas arquitectónicas de Brad Pitt. No es una licencia de la ficción el representarlo eufórico llamándose genio a sí mismo. Entrevistándole en las oficinas del museo, faltando pocos meses para su inauguración en octubre de 1997, resultaba evidente que Frank Gehry era consciente de que el Guggenheim Bilbao le había encumbrado. Sintetizó cualquier explicación sobre aquel edificio suyo, aún en obras, en una sola expresión: ‘Oh, es espectacular’. Se congratulaba de haber sido capaz de concebir un edificio único, que el mundo observaba expectante denostándolo y ensalzándolo con el mismo apasionamiento, y que Philip Johnson catalogaba como ‘el mejor edificio de nuestra época’. El edificio constituiría el revulsivo que haría a Bilbao un referente turístico en el entonces incipiente mundo en globalización. El encargo que recibió de Thomas Krens (entonces director del Museo Guggenheim de Nueva York) consistía en crear un edificio ‘provocativo’ y explicaba orgulloso cómo él era quien mejor sabía qué tipo de espacios requieren sus obras. “He pasado mi vida con artistas y ellos no quieren un edificio neutro para su arte. Quieren un espacio que sea potente, que el público reconozca como un gran edificio. Eso es lo que quieren” aseguraba. “Hay mucha gente que cree que los museos deben ser referenciales y asépticos y está construyendo museos que son demasiado inmaculados, pero el arte no luce bien en ellos. El arte luce bien en los estudios, que están revueltos, donde hay algo natural en torno a la obra”. Gehry es el creador de un vocabulario arquitectónico propio y único que ya evidenciaba una fuerte definición desde sus obras más tempranas: una tensión es el elemento unificador de sus edificios desafiando a las convenciones de la arquitectura tradicional, con sus geometrías fracturadas, a la búsqueda de un dinamismo exaltado, operando desde una específica sensibilidad hacia la cualidad bruta de los materiales. El sentimiento de la obra de Gehry trascendía desde sus principios los esquemas de la postmodernidad o cualquier intento de formular un postulado social o ideológico. Creciendo desde la pequeña a la gran escala, su arquitectura era una reacción visceral del desorden e incertidumbre del espíritu contemporáneo y una afirmación de la necesidad de la libertad individual y del reconocimiento de la complejidad del pluralismo como esencias del tiempo presente. El Guggenheim Bilbao es sin ningún género de dudas la obra arquitectónica más trascendente y revolucionaria de los últimos diez años, y no sólo por su complejidad formal. La sinergia del ‘efecto Guggenheim’ generó una nueva percepción del poder de la arquitectura como artefacto estratégico para constituir expresión global de prestigio y poder, no sólo para los comitentes sino para el propio arquitecto. Pero allí en el territorio de la idolatría al nombre del arquitecto –territorio que fue transformado por las connotaciones que se crearon en torno al suyo propio a raíz de ese edificio-, el colosal Frank Gehry se ha erigido como el puente que ha unido la cultura arquitectónica y la cultura popular en la era del espectáculo mediático y globalizado. En ese territorio -donde otros arquitectos-estrella se han esmerado en obtener prestigio y aclamación de las masas tratando simultáneamente de mantener la admiración de sus pares e intelectuales valiéndose de discursos crípticos y afectados con los que purgar ante ellas sus imágenes y ambiciones de best-seller y preservar su elitismo- Gehry ha planteado la conversión del arquitecto en un híbrido entre creador, negociador y figura mediática y evidenció, desde la reivindicación desacomplejada de esa nueva catedral como un producto de marketing, que la buena arquitectura no se opone ni se debilita ante la respuesta al hecho popular. Sería engañoso no obstante no reconocer que las formas de esa masiva estructura de titanio generaron una demanda compulsiva en el mercado que Frank Gehry supo usar en su propio provecho, explotando su nombre, el estilo de sus formas y el concepto de su producto arquitectónico hasta aprisionarse voluntariamente durante años en una auto-referenciación que parecía inagotable y de difícil salida. Si el Guggenheim Bilbao emergía como la culminación de una búsqueda latente en el Auditorio Disney, Museo Frederick R.Weisman, el proyecto para la Torre RTD, el Museo del Mueble Vitra y las escamas de sus esculturas de peces, proyectos como el parador para las Bodegas Marqués de Riscal hacían temer el acomodado estancamiento de un arquitecto cuyo potencia creativa estaba improbablemente agotada. Tal vez sea el edificio para la futura sede de la Fundación Louis Vuitton –actualmente en proceso de diseño- el que reconfirme espectacularmente a Frank Gehry como el genio de instinto constructor empeñado en materializar sus visiones y para el que no existen razones que excusen que la arquitectura se someta a constreñimientos. Era difícil imaginar qué iba a ocurrir después de aquel edificio. “No sé hacia dónde irá mi arquitectura una vez que haya acabado esto” respondió Gehry al final de aquella entrevista realizada mientras el interior del edificio continuaba frenéticamente en obras, delatando la magnificencia de aquel espacio. Juan Ignacio Vidarte, el director del Guggenheim Bilbao, relata en Apuntes de Frank Gehry el documental que dirigió Sydney Pollack (2005) que nadie concebiría Bilbao hoy en día sin el edificio del Guggenheim, del mismo modo sin duda que sería inconcebible pensar la arquitectura contemporánea sin él. Tal vez si existiera un calendario de las edades arquitectónicas, estaríamos en el año 10 de la Era Guggenheim.
Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste Publicado en el suplemento cultural de ABC.es
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