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La sensatez como principio / Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste [17/05/08]

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Santiago Carroquino y Hans Finner establecieron su estudio en Zaragoza en 2005. Su objetivo, en sus propias palabras, es el de desarrollar arquitectura desde la sensatez. Asumen el trabajo del arquitecto desde la responsabilidad y el compromiso cívico, desde la fundamental comprensión de su decisiva posición como ejes dentro de un engranaje en el que intervienen otros actores - promotores, especialistas, gremios, administración, futuros usuarios…-. Una actitud indispensable para la consecución de resultados productivos y arquitectónicamente remarcables dentro del ámbito de la obra pública, en el cual se ha concretado hasta la fecha la producción de este estudio: la Biblioteca y Centro de Mayores Actur Norte y cuatro edificios para acoger escuelas infantiles, todos ellos sitos en diferentes barrios de Zaragoza.

En estas últimas se ha concretado con especial claridad su fundamental autoexigencia para realizar un trabajo coherente, el modo en el que estos arquitectos creen que el valor del proyecto está en gran medida sustentado por el aferramiento a la coherencia de la que surge y que persigue el proyecto –como un buen acto de servicio a lo colectivo y como obra arquitectónica-.

Las escuelas infantiles Actur, Oliver, Santa Isabel y La Paz se enmarcan dentro de las actuaciones del Plan de Barrios del Ayuntamiento de Zaragoza. Destinadas a atender a alumnos entre los cuatro y los treinta y seis meses, cada una de ellas se genera a partir de un idéntico programa basado en torno a seis aulas con dormitorios, zonas de aseo, aulas, salas de profesores, comedor, cocina, área de instalaciones y espacios de recreo, pero netamente individualizado en cada caso.

Asumiendo como base para cada edificio este programa cuyas directrices han sido señaladas por el consistorio local, es crucial comprender estos proyectos como trabajos que Carroquino y Finner han acometido con el objetivo no sólo lograr plantear un edificio eficiente en su propia función, sino también hacer que éste intervenga también como una adecuada respuesta urbanizadora capaz de mejorar las circunstancias concretas del lugar y para resolver posibles condiciones deficitarias – a menudo inevitablemente inherentes en las zonas de barriada. Este análisis cuidadoso de las circunstancias de emplazamiento es en gran medida el responsable de la específica identidad de cada uno de estos edificios.

La escuela Oliver, un edificio en planta baja lindando con bloques de viviendas de ocho pisos de altura, es un equipamiento que deviene una pieza de mobiliario urbano y que actúa como continuación del área verde contemplada en el plan urbanístico para la zona. La volumetría del edificio se planteó como respuesta de contraposición al efecto de la orografía del solar donde el edificio se emplazaría. El terreno se extrusionó, mostrando tanto su superficie verde como la tierra oscura bajo ésta, logrando así que la cubierta devenga la mayor superficie visible de la edificación, estableciéndose una continuidad visual entre ella y el parque anexo que genera unas nuevas condiciones de calidad visual y ambiental ante la construcción de bloques en altura. De igual manera, las condiciones orográficas han definido y la experimentación con la altura 1,20 – marcando el límite entre el espacio adaptado al niño y al adulto- han definido la Escuela La Paz, un edificio en dos alturas, donde los arquitectos han llevado al extremo la potencialidad de conseguir una planta libre, uniendo todas las aulas en una única superficie longitudinal. La madera adquiere un protagonismo decisivo en este proyecto, así como en la escuela Santa Isabel y la escuela Actur. Aquí, la madera tiene una importancia no sólo estética sino también proyectual, para distinguir ambientes y usos según diferentes tratamientos, es protagonista una tarima industrial, y también presente en la fachada y barandillas y carpinterías interiores y exteriores.

Las connotaciones de calidez de la madera son también exploradas y aprovechadas en la escuela Santa Isabel. En este proyecto definido también por la necesidad de diseñar una estructura que debía tratar de minimizar el impacto de la contaminación acústica circundante, la madera tiene una presencia determinante en el cuidadísimo juego compositivo, mediante distintos usos en carpinterías, suelos y en la textura de los muros de hormigón realizados con encofrado de tablas.

La escuela Actur se define por ser una gran envolvente de hormigón en cuyo interior se albergan cuatro cajas de madera donde se insertan el programa de aulas, dormitorios y aula polivalente. La caja correspondiente a este último departamento sobresale en planta de la envolvente, diferenciándose por su sección longitudinal y mayor altura de las restantes, creando una L que cierra y protege un patio de recreo interior. Diferentes áreas intermedias de menor altura entre las cajas conectan visualmente las fachadas este y oeste y permiten remarcar el carácter de integración bajo esa envolvente común.

Carroquino y Finner afrontan estos proyectos siendo profundamente conscientes de la especial sensibilidad con que deben concebirse entornos cuyos principales usuarios serán niños y niñas muy pequeños. El resultado son espacios austeros, muy luminosos y fluidos, acogedores y protectores.

En su caso, la afirmación de que buscan una arquitectura sincera no es un fácil argumento complaciente con el que revestir el discurso sobre su trabajo. La primacía de esa sensibilidad aplicada desde el pragmatismo y el acatar la necesidad del esfuerzo creativo, la determinación a rehuir la comodidad de resolver la arquitectura recurriendo a la aplicación monótona de un formato estándar, es indudablemente el mayor punto de fuerza de este estudio. Asimismo, reafirman la idea que hacer una arquitectura claramente posicionada por lo social y el servicio público es perfectamente compatible con el rigor y la delicadeza en el diseño y con la innovación.

Situados en entramados periféricos, reflejo de la pobreza arquitectónica de los últimos años en las barriadas españolas de nueva planta -tan alejada de la realidad mítica de la ‘arquitectura made in Spain’-, Santiago Carroquino y Hans Finner construyen desde el esmero y la conciencia, con la responsabilidad primordial de hacer con sus edificios que estos paisajes se conviertan en un lugar mejor.

 

Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste

Publicado en el suplemento cultural de ABC.es

 

 

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