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(De)generación digital / por Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste [09/09/07]

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Se tiende a comprender el tiempo de la sociedad de la información como el tiempo de la frivolización de las ideas. La pátina de lo tecnológico y la aceleración de los procesos de comunicación, han promovido la equiparación de la generación de pensamiento al de la producción de información. Así, se vive en una especie de permanente reality show, en el que lo más importante son las estrategias para situarse en primera línea, aunque se carezca de valía que justifique el protagonismo. El fenómeno es pandémico y en el campo de la arquitectura comprobamos cómo se transmiten sin pudor ideas que se aceptan sin discutir, cómo falsos gurús lanzan espectacularmente sus consignas y cómo desorientados ejércitos mediáticos difunden y magnifican esos postulados irreflexivamente.

Apuntaba Peter Sloterdijk en su Crítica de la Razón Cínica (Siruela, 2003) que, para poder entender las estructuras de la conciencia de la modernidad, se hace precisa una teoría del bluff, del show de la seducción y el engaño. Aun careciendo de esa potencial teoría, esos tres términos designan con total precisión la esencia de una actitud prepotente que se arroga a sí misma el atributo de estar construyendo las visiones de la arquitectura de la era de la tecnología digital.

La primera generación de arquitectos que asumió como propias las posibilidades de los procesos de creación digital fracasó estrepitosamente ante la imposibilidad de haber hecho de los modelos diseñados a través de sus ordenadores edificios que sintetizaran coherentemente los argumentos de sus discursos sobre la tecnología digital. Al margen de sus teorías conceptuales, subordinaron sus posibilidades creativas al poder de las máquinas de cálculo, sin asumir como principio que eran ellos quienes deberían controlar el desarrollo de esos diseños. Propuestas como la Terminal Portuaria de Yokohama (FOA) o la Iglesia Presbiteriana de Nueva York (Greg Lynn) probaron que complejos gráficos y una recargada dialéctica sobre diagramas de flujos o procesos, culminaban en un mero formalismo. Estas propuestas fueron fagocitadas por la falta de cultura arquitectónica de sus autores y su mayor preocupación por usar las herramientas de difusión que estaban implícitas en la nueva sociedad, sin apercibir que dejaban de lado la necesidad de una formación sólida que les permitiera materializar sus propuestas.

La transición de esa primera generación, que en contadas ocasiones pudo evitar el fracaso en sus propuestas, se concreta en el momento presente con la irrupción de una segunda generación integrada por individuos que crecieron más cercanos –y desde unos distintos parámetros de relación- a la cultura de lo digital y la hiperinformación, y que han hecho de sus herramientas fundamentos indispensables para el diseño, cuyas primeras ideas fagocitan de raíz la hipotética esperanza en que un mayor y más intrínseco conocimiento de los medios digitales –y un aprendizaje de los errores de sus antecesores -filósofos y proselitistas de la era de la mercadotecnia- podrían orientar y encauzar sólidamente una evolución del lenguaje y materialidad arquitectónica a través de las herramientas digitales.

Las imágenes seductoras que se produjeron en la segunda mitad de los años 90 hoy han evolucionado hacia una sobrecarga propositiva tendiente al feísmo: ejemplos como la esperpéntica Vila Nurbs (Cloud 9), esteticismo creado con el pretexto de una aplicación integral de la tecnología; o Kloverkarreen (BIG), paradigma de soluciones facilistas, desarrolladas a expensas del desconocimiento básico de nociones arquitectónicas, parecen haber comprado el paradigma gaudiano en el supermercado a precio barato. Producto de la arrogancia de arquitectos más preocupados por demostrar que por pensar, que han ignorado o aprendido mal las lecciones con las que podrían formular una nueva arquitectura al rehuir del conocimiento de la Historia, persuadidos de que la naturaleza de la cultura digital y la velocidad de los cambios abre la veda para su incultura arquitectónica. Arquitectos que creen ciegamente estar en posesión de una especie de superpoder, y se sienten autorizados para afrontar cualquier desafío, pero interesándoles más la cantidad que la calidad de su trabajo. Su paradoja radica en creerse referentes capaces de proponer una arquitectura para su tiempo cuando lo que en realidad han hecho es convertir en prioridad de su tarea el ejercer de frívolos seductores, calcando los vanidosos modelos de los actores del star-system, cínico e ideológicamente inútil tras haberse anquilosado en sus propias estrategias de mercadotecnia. Toman y quieren adaptar la realidad sin comprenderla, diseñando modelos complejos facilitados por el avance de la tecnología pero que adolecen de cualquier sentido de la responsabilidad y el compromiso. Arquitectura de adolescentes idolizándose a sí mismos, que no percibe la distinción esencial entre qué es la experimentación, qué es reflexión y qué es la realidad.

Estas manifestaciones son recibidas en los foros arquitectónicos con vanos elogios fascinados pero también, y más preocupantemente, con un absoluto silencio crítico que las cuestione y les exija explicaciones claras sobre sus fundamentos o sus principios. Los medios simplemente parecen auspiciar el mensaje de que es ésta la arquitectura capaz de orientar la evolución de la arquitectura en el tiempo en que vivimos.

Si la modernidad llamaba al constreñimiento, la era digital ha auspiciado la exacerbación formal; pero no porque se crea que ella conduce a alguna parte, sino porque la tecnología la hace fácilmente posible su representación. Feísmo basado en la recreación de formas orgánicas, experimentaciones tintadas de ecologismo de salón que quieren reinventar las posibilidades reactivas de la materia a las condiciones de su entorno, pretendidos virtuosismos formales... La laxitud ideológica fomenta asimismo la permanencia de este cómodo estado de ambigüedad e irresponsabilidad, de legitimación del capricho: “el sistema decidirá cuáles de nuestras ideas podrán sobrevivir o no”; refugiarse en la ‘inocencia crítica’ para argumentar el desinterés por el conocimiento de lo precedente y permitirse quebrar la línea de enlace con pensamientos e imágenes precursoras de concepciones verdadera y consistentemente radicales para el avance de la arquitectura. Visionarios opinando sobre los ‘futuros’ de la arquitectura y sobre los remotos lugares donde ‘verdaderamente’ se está produciendo la arquitectura del siglo XXI, escritos confusos con parafernalia retórica: neologismos importados del lenguaje digital que apenas sabemos con precisión qué están significando cuando se aplican a los efectos del mundo material o a los procesos de creación, la literalidad y la pobreza en la búsqueda de referencias o analogías que inspiren la concepción arquitectónica y la absoluta ausencia de una energía mental que permita producir interpretaciones poéticas de la realidad.

El tiempo todo lo limpia, y muchos de estos personajes se barrerán a sí mismos. En unos años, nadie recordará ni redescubrirá a estos arquitectos y sus proyectos, como tantas veces ha sucedido, pero no se recuperará el tiempo perdido y no se acallarán las voces conservadoras que desvalorizan la trascendencia de la tecnología digital como herramienta de pensamiento y creación arquitectónica. Estas especulaciones, que únicamente tienen uso como medios de promoción mediática de un nombre, deberían haber sido concebidas como elementos de experimentación útiles para desarrollar la musculatura del pensamiento contemporáneo, para reconocer y perfilar la esencia del tiempo que aguarda aún la concreción de su arquitectura. Y que se produce verdaderamente, pero situada en un distante margen de los cauces arquitectónicos nutridos por el bluff, la seducción y el engaño.

 

Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste

Publicado en el suplemento cultural de ABC.es

 

 

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